lunes, 27 de mayo de 2013

Muerte sin resurrección (1os capítulos): Cap. CUATRO


LUNES SANTO
Capítulo Cuatro

La noche anterior en el sexto piso del número noventa y ocho de la orensana avenida de Santiago había sido larga, especialmente larga. Seis horas ininterrumpidas delante del ordenador, cuatro redes sociales abiertas y varias conversaciones privadas de chat sostenidas a la vez, sin duda agotan a cualquiera. Pero él era un experto, lo había hecho muchas veces, y teniendo en cuenta que en su casa paterna de Lugo no contaba con Internet, pensó que debía desquitarse. Para eso se había quedado todo el fin de semana en Ourense, aunque sus clases en la universidad hubieran acabado hacía ya varios días. Además, si sus padres querían que estuviera más tiempo con ellos, que pusieran una conexión en casa, o que le compraran un Iphone. Eso ya se lo había dicho muchas veces y deberían tenerlo claro.
Desde la cama, miró el despertador. Las manecillas se estaban acercando peligrosamente a las once y debía apurarse. Tomaría el autobús de las doce con destino a Lugo, pero quería bajar con tiempo para pasar antes por el Factoría, una coqueta cafetería situada debajo de su piso y que le posibilitaba mantener su arraigada costumbre de tomar un café muy cargado cada mañana. A diario imprescindible para despejarse, y hoy también para despedirse de sus escasos amigos. Seguro que alguno estaría allí a esas horas.
Después de una rápida ducha, volvió a su habitación y empezó a vestirse, mirando al mismo tiempo al reloj y al ordenador. Todavía estaba lamentándose de no disponer de más tiempo para dejar una última despedida en la red, cuando sonó su móvil encima de la mesilla de noche anunciando una llamada. En todas las redes sociales, para todas su ciberamigas, él era Jackl, pero para su madre, tan solo era Javi:
—Hijo, ¿vendrás en el bus de las dos?
¿Pero cuántas veces tendría que repetírselo? Como si él faltase a su palabra alguna vez...
—Sí, mamá. Ya te lo dije ayer a la noche.
—Es para saber a qué hora tiene que ir a recogerte a la parada tu padre.
¡Los cojones! es para asegurarte de que voy sí o sí, pensó.
—Pues eso, que a las dos llego —contestó con cierto hastío.
—¿Ya has cogido todo? No te olvides de traer toda la ropa sucia.
Como si una bolsa de viaje no se pudiera hacer cinco minutos antes de salir...
—No te preocupes, ya tengo todo preparado.
—¿Y has metido los libros? Tienes que aprovechar estos días para estudiar.
Eso, que a los veinticinco años una persona no tiene nada mejor que hacer durante las vacaciones...
—Sí, mamá. Los tengo en el bolso —contestó sin poder evitar mirar la tremenda montaña de libros que habitaba encima de su mesa de estudio.
—Hijo, acaba de llamar una chica preguntando por ti.
—¿Una chica? ¿No te ha dicho cómo se llamaba?
—No, solo quería saber si estarías hoy en Lugo o en Ourense.
Seguro que no era más que la típica vendedora de móviles...
—Vale.
—Hijo, ¿tienes novia?
Novia: persona de sexo femenino, joven, guapa, de la que habitualmente te enamoras como un tonto y que, a cambio, te quiere, te cuida, te mima, y con la que de vez en cuando te das una alegría sexual... Pues no, lo más cerca que había estado de tener algo así fue hace dos años cuando una chica que ni lo mimaba, ni lo cuidaba, ni mucho menos lo quería, completamente borracha se prestó a mantener con él algo que inicialmente prometía ser una interesante relación sexual y que acabó siendo el fiasco más absoluto. Aún hoy recuerda que su hombría se sintió seriamente dañada aquel día.
—No, mamá —contestó Javi con desgana—. ¿Estás segura de que esa chica preguntaba por mí?
—Sí, sí. Me dijo tu nombre y tus apellidos, y sabía que vivías en Lugo y estudiabas Derecho en Ourense. Te conocía muy bien —concluyó convencida.
Vaya, pues quizás no sea una vendedora...
—No sé mamá, no tengo ni idea de quién puede ser.
—Bueno, abrígate, hijo, que aquí hace frío.
—Lo haré.
Cuando Javi colgó, ya solo pensaba en aquella misteriosa chica. Aunque en el fondo, no quería hacerse demasiadas ilusiones. Pensándolo bien, ¿qué clase de chica se podría fijar en él? Sí, en realidad, era todo menos agraciado, y él era muy consciente de ello. Algún día tendría que plantearse adelgazar unos kilos, cortarse el pelo y vestirse decentemente. Y ya puestos, también le harían falta algunos centímetros más de altura. Pero claro, para eso no había remedio. De todos modos, el mejorar su imagen y ponerse a estudiar en serio, era algo que había sopesado muchas veces. Aunque, de momento, no tenía prisa. A sus ciberamigas nunca les daba la posibilidad de verlo en persona, y el chico que aparecía en las fotos que había colgado estratégicamente en sus perfiles no era precisamente lo que se dice muy parecido a él.
El chico acabó de vestirse, metió alguna ropa sucia en su viejo bolso y se fue. Los voluminosos libros de Derecho seguían encima de la mesa.



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viernes, 24 de mayo de 2013

Muerte sin resurrección (1os capítulos): Prólogo


Prólogo


Tienes en tus manos la nueva novela de Roberto Martínez Guzmán; en esta ocasión, una historia policíaca repleta de asesinatos, pero también con tintes psicológicos. Roberto nos presenta una trama maravillosamente ambientada en dos ciudades muy poco comunes en obras literarias, Vigo y Ourense, y en una época del año tan conocida por todos como es la Semana Santa. El olor a incienso se siente en estas páginas impregnadas de sangre y venganza.
Dos son las mujeres que protagonizan el relato, ambas muy inteligentes. Conocerás a Emma, la mano ejecutora, una joven que mata a una serie de personas y que deja su sello en cada cadáver, una pelota de golf. No hay secretos a este respecto, Emma es la asesina, pero… ¿qué le lleva a cometer semejantes atrocidades? Eva es la encargada de descubrirlo, la inspectora de policía que irá tras la pista de la joven, la que tendrá que descubrir qué hay en la mente perturbada de la autora de tales crímenes. Emma y Eva te mostrarán que no todo es lo que parece y que a veces los buenos no son tan buenos, ni los malos tan malos.
Gracias a la ágil pluma de Roberto te meterás de lleno en esta historia, la saborearás y disfrutarás, y la leerás sin apenas darte cuenta de que el tiempo pasa a tu alrededor. Lee y descubre lo que esconden estas páginas, pregúntate qué es lo que puede haber corrompido tanto a una muchacha como Emma, ayuda a Eva a atrapar a la asesina y, cuando termines y cierres el libro, detente y piensa: ¿qué habría hecho yo en su lugar?
La narración en tercera persona permite que conozcas de mano de un narrador omnisciente lo que pasa por la mente de cada personaje en todo momento, permitiendo así que te adentres en la historia y reflexiones sobre cuáles serán los siguientes pasos de los personajes. Los capítulos intercalan la historia de Emma con la investigación de Eva, para así poder seguir cada paso de ambas protagonistas,  y también los de los personajes secundarios, muchos de ellos, víctimas de la asesina.
Decía la maestra del género, Agatha Christie: «La mejor receta para la novela policíaca: el detective no debe saber nunca más que el lector». Muerte sin resurrección hace gala de ello, pues el lector sabe desde el primer momento quién mata y, poco a poco, puede ir adivinando por qué lo hace, mientras que la inspectora tendrá que ir paso a paso por una senda de tragedia.
¿Puede el pasado justificar acciones atroces del presente? Quizá no siempre, pero a veces conseguir la paz del espíritu lo compensa todo. No te entretengo más y te animo a que pases esta página y te encuentres con las verdaderas protagonistas de esta historia, Emma y Eva, ellas te sabrán guiar mejor que yo. ¡Disfruta de la lectura!

(Natalia Navarro, administradora del blog  Arte literario)



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lunes, 20 de mayo de 2013

Muerte sin resurrección (1os capítulos): Cap. TRES


DOMINGO DE RAMOS
Capítulo Tres


A las 17:55 horas, y con puntualidad exquisita, el Trenhotel partió de la estación de Vigo Guixar en dirección a Barcelona Sants. Por delante, catorce horas de largo viaje. La mayor parte de ellas coincidía con la noche, por lo que no era de extrañar que muchos de los pasajeros optasen por adquirir un pasaje en cama y solo unos pocos, los más valientes o aquellos para los cuales su trayecto acababa antes, viajaran en el vagón de butacas. Estas se distribuían en una hilera de bloques de dos asientos, a la izquierda del pasillo central y, a la derecha, en una fila de asientos individuales. Emma había elegido deliberadamente los de la izquierda, al quedar en la estación más alejados al andén. Poco después de haberse sentado, también se había ocupado el asiento contiguo, pero sin que ella llegara a prestar demasiada atención a su acompañante debido a la tensión de aquel momento.
En cuanto el tren comenzó a moverse, Emma reclinó ligeramente el asiento y, ya mucho más relajada, se fijó en el chico que viajaba a su lado. Camisa impecable, pelo engominado, facciones suaves… y una cosecha de años más bien escasa. Dada la pobre ocupación de ese vagón, sospechó que quizá su condición femenina podría haber tenido algo que ver en la decisión del muchacho. En la de sentarse a su lado y, ahora, en la de ofrecerle amablemente su ayuda:
—Perdona, ¿te ayudo a subir la maleta al portaequipajes?
Viendo a Emma, resultaba bastante evidente que si aquel equipaje seguía en el pasillo, era por la escasa corpulencia de su propietaria. Ella le dejó hacer.
—Yo soy Alberto, ¿tú? —El chico siguió con su acercamiento.
Emma dudó en la respuesta.
—Elena, me llamo Elena —dijo con una sonrisa complaciente.
Mejor así, pensó.
—¿Y vas hasta Barcelona en butaca?
—No, solo hasta Ourense —al fin y al cabo, se daría cuenta en cuanto se bajara.
—Vaya, yo también, qué casualidad. ¿Vives allí?
Ella decidió mentir de nuevo.
—No. Solo voy a pasar un día con unos familiares. Mañana ya me vuelvo a Vigo.
El chico recordó la pesada maleta que acababa de subir y se puso serio. La seriedad que se dibuja en la cara de alguien que empieza a sospechar que le están tomando el pelo de una manera gratuita. Pero Emma estuvo rápida:
—Ya sabes cómo somos las mujeres. Pensamos en meter en la maleta solo lo justo y, al final, que si ropa, que si maquillaje, regalos para los niños... Soy consciente de que la mitad de las cosas que llevo no las voy a necesitar, pero...
—¿Tú tienes hijos? —la cortó Alberto.
Esta vez la que se puso seria fue Emma:
—No.
A pesar de la reacción que acababa de provocar, el chico decidió avanzar un paso más en su acercamiento:
—Pues eres muy guapa para no tener hijos. Al menos tendrás pareja.
Demasiadas preguntas, demasiadas respuestas forzadas y mal camino el que estaba iniciando su joven acompañante. Emma decidió que era el momento de dar por terminada su charla de cortesía con aquel pretencioso aspirante a galán:
—Si no te importa, voy a descansar un poco —dijo con exquisita educación—. He dormido mal de noche.
Alberto no insistió en la conversación. Se limitó a ver como la mujer cerraba los ojos, aislándose por completo de su entorno.
Apenas hora y media más tarde, el tren redujo la marcha para parar en la estación de Ourense Empalme y las luces de la ciudad empezaron a divisarse a través de la ventanilla. Emma se apresuró a levantarse de su asiento antes que su compañero de viaje. Con cara seria, le pidió ayuda para bajar el equipaje y luego se dirigió a la salida sin permitir que pudiera seguirla. Después de la conversación que habían mantenido, no quería que comprobara que de todos aquellos familiares a los que iba a visitar, ninguno se había molestado en venir a esperarla a la estación. Creyó que podría resultarle raro. En el fondo, pretendía impedir que aquel inocente muchacho descubriera que, en realidad, había llegado sola, permanecería sola en la ciudad, y cuando se fuera, justo dentro de una semana, se iría sola.
En el momento en que el convoy se detuvo, Emma ya esperaba impaciente a que las puertas del tren se abrieran. Sin perder tiempo, bajó al andén y cruzó la pequeña estación sin mirar atrás.
Una vez en la calle, se dirigió al primer taxi que esperaba delante del edificio y le entregó un papel al conductor.
—¿Podría llevarme a esa dirección, por favor?
El taxista miró la nota con desgana y puso el coche en marcha para dirigirse hacia la zona universitaria de la ciudad, en donde numerosos pisos de todo tipo están ocupados durante el invierno por estudiantes. Paró en la dirección indicada.
Emma llamó a un viejo timbre y esperó, mientras el taxi se alejaba a su espalda. No tardó mucho en aparecer una chica de baja estatura, cara de haber bebido una cantidad inconfesable de alcohol la noche anterior y con un más que evidente nerviosismo. Quizá encontrar una compañera más de piso se hiciera del todo imprescindible para su economía. Viendo el edificio, no debía resultar una tarea fácil.
—No hay interfono ni ascensor, pero supongo que Marta ya te lo ha advertido —dijo la chica nada más abrir el portal.
—Sí, eso no me importa. Ya le dije por teléfono que este era el tipo de piso que estaba buscando.
—¿Ya tienes decidido que quieres quedarte?
—Sí, sí. Seguro.
—Entonces, ¿puedo considerarte nuestra nueva compañera a todos los efectos?
Emma asintió con la cabeza, al tiempo que las dos comenzaban a subir al segundo piso por una vieja escalera que dejaba ver con claridad que no había sido limpiada en mucho tiempo.
—¿Te llamas...? —preguntó la chica mientras abría la puerta del piso.
—Elena, Elena Monteagudo —dijo Emma—. ¿Va a ser necesario que firme algún contrato?
—No hace falta, el contrato ya lo hemos firmado nosotras a principio de curso. Solo necesitábamos a alguien para que colaborase en pagarlo. En el piso somos tres. Contigo, cuatro. Todas estudiamos y estaremos esta semana de vacaciones. Las demás ya se han ido y yo también me marcho ahora, así que hasta el domingo que viene estarás sola en casa. ¿Tú también estudias?
—No, voy a empezar a trabajar.
La chica, que se encaminaba hacia el final del pasillo, se volvió para mirar a Emma con cara de incredulidad:
—Este piso es una mierda —acabó por decir—, y difícilmente cumple los requisitos mínimos para poder vivir en él. Pero es barato, y para nosotras que somos estudiantes, ya te imaginas que todo el dinero que nos podamos ahorrar es bueno. Esa es también la razón por la que buscamos a una compañera más. Pero tú, ¿estás segura de que quieres vivir en un sitio así?
—Sí, al menos mientras no consiga un trabajo mejor. Aún no sé cuánto ganaré.
Ante la firmeza de su nueva compañera de piso, la joven decidió no insistir y abrió una vieja puerta de madera.
—Esta es tu habitación —dijo encendiendo la luz—. Y el baño está enfrente. La cocina es de uso común y cada una compra y hace su comida. Puedes subir a quien quieras y no hay vecinos a los que puedas molestar, porque los otros dos pisos están deshabitados. Eso sí, asegúrate de tener siempre cerrada la puerta del portal, para que no entren mendigos a dormir.
—De acuerdo.
—Lo que sí necesito es que me des tu parte del alquiler ahora. Aún he de pasar a pagarle esta mensualidad al dueño antes de irme.
Emma sacó cien euros y se los entregó a su ya nueva compañera de piso que, al instante, pareció tranquilizarse. Era el precio acordado.
Tan solo una hora después, Emma ya estaba sola en aquel edificio viejo  de paredes amarillentas y grandes descorchados en el portal, de escaleras mugrientas y alquileres sin contrato.
Después de ducharse, volvió a la habitación y abrió su maleta. Llenó una cajonera colocada a modo de armario con su ropa y el resto de enseres los distribuyó encima de una mesa de estudio situada al lado de la cama. Junto a ellos, colocó siete pelotas de golf perfectamente alineadas. Una vez hecho esto, buscó dentro de su cartera siete pequeños recortes de papel y colocó uno delante de cada pelota. Finalmente, sacó una vieja foto y la puso detrás de todas las cosas, apoyada en la pared. En ella se veía la imagen de un hombre apuesto, de mediana edad, y sentado sobre la hierba sosteniendo a un bebé en brazos. Emma se acostó en la cama y, desde allí, se quedó mirándola. Era un bebé precioso, con muy poco pelo, de cara redonda y mirada limpia.

Aurora vio partir el tren con Emma dentro y se quedó mirándolo durante un buen rato, incluso cuando había desaparecido por completo en el horizonte y ya nadie permanecía en el andén.
Finalmente, atravesó la estación y emprendió el camino de regreso hasta su casa sin prisa, andando tranquilamente, observando aquellas calles que siempre habían formado parte de su vida. Pensó que algún tiempo había sido feliz en ese mundo, muy feliz. Pero durante muy poco tiempo, ese era el problema. Y peor aún, sabía que esos días ya no volverían.
Cuando se sorprendió delante de su portal, subió como una autómata. Su casa tenía el aroma de siempre, se había dejado la televisión encendida y todo parecía normal. Todo, excepto que su única hija se había ido para no volver jamás. En el fondo, como el resto de las personas que habían integrado su familia.
Entró en el baño y se puso frente al espejo. La imagen que le devolvió le resultó insoportable, patética. Vio en ella a la humilde mujer que un día había logrado tener todo lo que necesitaba para ser feliz, y a la que ahora ya no le quedaba nada. Maldijo profundamente a Dios y al destino.
Se sentó en la cocina y llenó de whisky un vaso grande. Luego se lo tomó entero, de un trago. Tosió varias veces. Sintió el ardor del alcohol en la garganta y en el estómago. Llenó el mismo vaso con agua y bebió la mitad. Eso mitigó el ardor. Guardó la botella y se retiró a su habitación con parsimonia, llevándose el vaso de agua.
Allí se recostó en la cama, abrió el primer cajón de su mesilla de noche, y fue tomando cada una de las pastillas que le habrían servido para dormir durante las noches de los próximos tres meses. Las tomó sin prisa pero sin pausa. Cuando acabó, bebió el resto del agua, se tapó ligeramente y esperó. En esa espera, recordó a Manuel, su marido, a Emma, a Borja, y también a Salva... qué buen yerno. Cuando su corazón ya latía perezoso y el sueño empezaba a mecerla entre sus brazos, los situó a todos juntos, cenando en una Nochebuena cualquiera, alrededor de una gran mesa preparada con mimo. Todos hablaban y reían, bromeaban entre ellos y brindaban como una gran familia. En el apagado rostro de Aurora, se dibujó una sonrisa. Y se durmió para siempre.
El recuerdo más dulce, el final más amargo.




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lunes, 13 de mayo de 2013

Muerte sin resurrección (1os capítulos): Cap. DOS


DOMINGO DE RAMOS
Capítulo Dos


Madre e hija, Aurora y Emma, comieron en silencio. Hacía tiempo que no había nada que decir en aquella casa. Entre ellas, ya no había celebraciones, ni confidencias, ni tan siquiera algo que reprocharse.
En cuanto acabaron, Emma se retiró a su habitación y echó el cerrojo interior, intentando hacer el menor ruido posible. Un viejo cerrojo, colocado en una vieja puerta de madera, de uno de los muchos viejos y húmedos pisos de la calle Marqués de Valterra, en la zona noroeste de Vigo. En esta parte de la ciudad la sal se filtraba por las ranuras y lo impregnaba todo con su olor característico y su humedad permanente.
Cuando estuvo segura de que nadie podía entrar, sacó una gran maleta del armario y la abrió en el suelo. Luego buscó una nota que había guardado en el primer cajón de la mesilla de noche, y la ojeó con atención. En ella estaba anotado meticulosamente lo que debía llevar. Hacía meses que se sabía aquella lista de memoria, pero quiso seguirla punto por punto: ropa para una semana, un despertador, unas gafas... Una vez que había acomodado todo dentro de la maleta, se sentó en la cama. De fondo escuchaba a varias personas discutir acaloradamente en el mismo programa de televisión de siempre. Miró la nota de nuevo, esta vez con desgana, y se regaló unos minutos para recobrar fuerzas, o más bien, para adquirir valor.
No tardó en abrir con cuidado el cerrojo y dirigirse sigilosamente al cuarto de baño. Allí aún debía coger el resto de enseres: maquillaje, tinte para el pelo, un cepillo de dientes, un peine, un pequeño secador, cuchillas de afeitar... La televisión seguía encendida y, dentro de ella, la discusión había subido de tono. Suficiente para que Aurora no reparara en las idas y venidas de su hija por el estrecho pasillo.
Pero cuando pasadas las cinco de la tarde volvió a salir de la habitación para marcharse, Emma se encontró con su madre de frente en el pasillo, posiblemente alertada por el ruido que emitían las ruedas de la maleta, o por puro instinto maternal. Los ojos de Aurora se posaron de inmediato como losas en el equipaje:
—¿Te marchas? —preguntó.
Emma la miró un momento y avanzó sin responder. Luego abrió la puerta y llamó al ascensor. La espera en el rellano se le hizo eterna. Sentía los ojos de su madre clavados en la nuca, suplicantes, pero no volvió la vista en ningún momento. Simplemente esperó. La peor de las respuestas.
Entró en el ascensor tirando torpemente de su maleta, al tiempo que oyó cerrar la puerta del piso. Tras ella, y antes de que pudiera ponerse en marcha aquel aparato, también entró Aurora. Emma hubiese preferido dejar la casa de sus padres, donde había nacido y crecido, y en donde había vivido también durante los últimos años, en soledad. Sin despedidas, sin hacer más difícil ese momento. Pero, en el fondo, entendía a su madre.
La puerta se abrió y Emma salió tirando otra vez de la maleta. Aurora se limitó a seguirla, buscando en su cabeza alguna pregunta que no lograba encontrar.
Las dos se acercaron a la roída orilla de la acera y esperaron.
—He pedido un taxi. No creo que tarde —dijo Emma.
Cuando este llegó, el taxista no tuvo dudas de que aquellas dos mujeres debían ser por fuerza las que habían requerido sus servicios, y rápidamente se apeó y colocó la maleta en el coche. Mientras, Emma se sentó en el asiento delantero y bajó la ventanilla. Desde ella, miró a su madre, paralizada sobre la acera, y le hizo una seña para que subiera. Qué problema podía haber en que la acompañara, pensó.
—A la estación de tren —indicó al taxista.
—¿A Guixar?
—Sí.
Las obras en la estación principal motivaban que, desde hacía meses, todos los trenes saliesen de la vieja estación situada en la Avenida de Guixar. Pese a ello, el taxista tenía la sana costumbre de preguntar siempre a los clientes. Habitualmente, esa simple cortesía era el cauce ideal para entablar una conversación, pero en este caso no fue así.
Durante el camino, Emma intentaba no hacer concesiones de las que se pudiera arrepentir y Aurora, sencillamente, se sentía derrotada. Sentada en el asiento trasero, por fin encontró una pregunta relevante a su entender:
—¿No llevas tu coche?
—No, no lo necesito —respondió Emma con sequedad.
Tendría que seguir pensando. El taxi bordeó la gasolinera del Berbés y luego avanzó por los túneles de Beiramar a toda velocidad. Nadie conduce despacio en Vigo, y el taxista no era una excepción. En algún momento, sintió deseo de hablar del tiempo, como haría en cualquier otro servicio, pero intuyó que sería más apropiado limitarse a conducir. Aurora, por su parte, cada vez era más consciente de que se le estaba acabando el tiempo:
—¿Ni siquiera vas a darme una explicación?
—No.
Aurora acusó la cortante respuesta de su hija y no se sintió con fuerzas para insistir. Sabía que podía buscar mil preguntas pero, en el fondo, ya sabía todas las respuestas. También la explicación que estaba pidiendo a su hija. A decir verdad, llevaba un año esperando este momento. Pero ahora, había descubierto que no estaba preparada para afrontarlo con entereza.
Ya en la estación, Emma se acercó con paso seguro hacia la taquilla y se colocó en la cola. Tres personas, y cinco minutos más de agónico adiós. Aurora esperó a su lado. Cuando les llegó su turno, la chica miró de reojo a su madre, y luego se dirigió a la empleada de Renfe:
—Un billete para Barcelona Sants.
—¿Cama?
Emma dudó.
—No, butaca.
—Ciento cinco con cincuenta, por favor.
Sacó tres billetes de cincuenta euros de un buen fajo y se los dio a la empleada, esperando el cambio. Luego se volvió y miró de nuevo a su madre, pero esta vez de frente y con aire interrogador.
—¿Qué…? —preguntó.
—No te vas a Barcelona… —contestó Aurora, vencida.
Emma pensó que tendría que cuidar más los detalles de sus engaños. Aunque desde luego, ya sería con otras personas como víctimas.
Las dos mujeres se acercaron parsimoniosas a los andenes. De alguna manera, el corto trayecto desde las taquillas al tren sustituyó a cualquier tipo de despedida. No hubo besos, ni abrazos, ni tan siquiera un simple adiós. Emma subió al primer vagón y recorrió a pie todo el tren, hasta sentarse en la zona de butacas, en la fila más alejada al andén.
Aurora la siguió por fuera como pudo y se paró a su altura. Se quedó allí mirándola, de pie, con los ojos humedecidos. En lo más profundo, sabía que no volvería a verla.



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lunes, 6 de mayo de 2013

Muerte sin resurrección (1os capítulos): Cap. UNO


DOMINGO DE RAMOS

Capítulo Uno


Poco más había que decir. La mujer remató su serena exposición y permaneció en silencio, como queriendo dar tiempo a que el joven sacerdote asimilara todo cuanto acababa de oír. Para ello, fueron necesarios algunos segundos y que este se acomodara nervioso en su asiento un par de veces. Cuando por fin tomó consciencia de que aquella mujer había acabado, no supo qué decir. Cierto que se había sentido incómodo algunas veces dentro del confesionario, incluso en ocasiones había tenido que soportar proposiciones sexuales, pero lo de hoy era muy diferente. Notaba como la sangre corría helada por sus venas y el cálido aroma a incienso y laurel de la iglesia se había transformado dentro de su pequeño recinto en un macabro olor a muerte. Una sensación tan indescriptible como repulsiva.
Finalmente, balbuceó varias veces y luego solo acertó a decir tímidamente:
—No puedo darle la absolución. Al menos, no de momento.
—Lo entiendo.
Acabada la confesión, el sacerdote levantó la mirada a través de la rejilla y pudo ver como la mujer empezaba a ponerse en pie, al tiempo que formulaba una última pregunta:
—¿Puedo contar con usted?
El joven sacerdote dudó un momento. No porque quisiera pensarse la respuesta, sino más bien por el puro desconcierto en el que estaba inmerso.
—Sí, allí estaré. Exactamente dentro de una semana... —contestó finalmente, intentando buscar una confirmación.
Pero no hubo respuesta. Tampoco hubo más preguntas. La mujer acabó de levantarse y, con ello, su imagen desapareció de la rejilla.
El sacerdote abrió ligeramente la parte superior de su confesionario y, por la pequeña ranura, la siguió con la mirada. Sus rasgos eran redondeados, como creados según un modelo establecido. Su pelo, negro y recogido en una coleta. Nada la diferenciaba de las demás personas que se concentraban en aquellos momentos en la iglesia y, a pesar de las bonitas curvas que podían adivinarse debajo de su pantalón vaquero y de una discreta camiseta, nadie reparó en ella.
En pocos segundos, se deslizó por la nave lateral, dirigiéndose discretamente hacia la puerta de salida. No se paró a orar, ni a hacer penitencia, ni siquiera se quedó al final de la eucaristía. Simplemente, se fue.
El joven sacerdote ladeó de modo inconsciente la cabeza intentando seguirla más tiempo, pero acabó por resultarle imposible entre la multitud que abarrotaba el templo. Una vez que aquella mujer había desaparecido por completo de su reducido campo de visión, no pudo evitar santiguarse con rapidez, de un modo compulsivo, como si acabara de ver al mismísimo diablo. Un diablo real, de carne y hueso, y que incluso le había dicho su nombre, Emma.
Estaba seguro de que ya no se olvidaría de él.



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viernes, 3 de mayo de 2013

Próximas actualizaciones del blog.

Hola a todos.

Sí, hace un mes que no actualizo el blog... así que os debo mil disculpas. Supongo que debería hacerlo más a menudo pero lo cierto es que a veces se me hace algo complicado, por lo que he pensado que para no esté semi abandonado, durante las próximas semanas puedo ir colgando los primeros capítulos de "Muerte sin resurrección". Soy consciente de que muchos ya la habéis leído, pero también me consta que otros muchos, no, por lo que también espero que os sirva para animaros definitivamente a leerla (en el fondo, no deja de ser una manera de "meter el gusanillo" por un libro, en caso de que guste lo que se está leyendo, claro).

La cuestión es que he pensado que puedo publicar una entrada cada lunes y, aunque todavía ni siquiera he decidido cuántos capítulos colgaré en total (incluso es posible que me anime a publicarlos todos), sí espero que me desahogue un poco en esta época que estoy ya centrado al cien por cien con mi próxima novela (me espera un verano de trabajo intenso con ella).

¿Qué os parece? ¿Alguna sugerencia?

En fin, dicho todo esto, os reitero las disculpas y, por supuesto, os invito a seguirla desde el próximo lunes.

Gracias y un abrazo!!!